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Escupitajos contra el fuego: precariedad y falta de previsión ponen en peligro la masa forestal española

El Huffington Post. 25/06/2017
El abandono del monte y la escasez de medios de los agentes y bomberos forestales ignoran los peligros de un nuevo tipo de incendio, más letal.

Viajes en helicóptero por toda España, jornadas de hasta 14 horas y un sueldo que a veces no supera los 900 euros. Esas son las condiciones de trabajo de las Brigadas de Refuerzo contra Incendios Forestales (BRIF), un cuerpo estatal de especialistas que está siempre en primera línea de fuego. Acuden a las zonas más complicadas, allí donde las llamas ya se ha descontrolado y son los encargados de impedir que un incendio se convierta en una «bestia inapagable» como la que ha devorado durante varios días el corazón de Portugal y ha matado a 64 personas.

Son una pieza clave del dispositivo español contra los incendios, pero las BRIF llevan años luchando por mejorar sus condiciones laborales. Están compuestas por unos 600 efectivos, que dependen del Ministerio de Medio Ambiente y están subcontratados por la empresa pública TRAGSA. Con ella están ahora negociando una mejora de las condiciones en las que trabajan, aunque Pablo González, presidente de la Asociación de Trabajadores de las BRIF (AT-BRIF) reconoce que «por ahora no se ven muchos avances por parte de la empresa». En 2015 estuvieron más de 100 días de huelga indefinida.

¿Qué piden los integrantes de las BRIF? En primer lugar, un salario digno, que refleje «la peligrosidad del trabajo al que nos enfrentamos y el hecho de que viajamos a cualquier parte de España para estar en primera línea de los incendios más peligrosos». Pablo González apunta que otra de las cosas que reclaman es el reconocimiento de una categoría profesional, la de bomberos forestales, que hasta ahora no les ha sido concedida.

«Pero nuestro caballo de batalla ahora es el de la segunda actividad», explica el presidente de AT-BRIF: «Nosotros pasamos unas pruebas físicas anuales que son excluyentes: si no las apruebas, estás fuera. Lo que pedimos es que se tenga en cuenta que esta es una profesión muy dura y que los compañeros que no las pasan, porque tienen la espalda o las rodillas destrozadas, no se vayan a la calle como perros después de luchar durante años contra el fuego». Piden que esos efectivos lleven a cabo trabajos de segunda línea, como labores logísticas, conducción de camiones o trabajos de prevención. Ahora la única opción que tienen es el frente de fuego o el paro.

No es (sólo) una cuestión de dinero, insiste González: «Nosotros no sólo pedimos; queremos dar y ser cada vez más útiles a la sociedad con nuestro trabajo y nuestra disponibilidad. Pero la manera de hacer las cosas es que ese trabajo y esa disponibilidad estén justamente reconocidos». Los sueldos y el hecho de que los trabajadores de las BRIF sean fijos-discontinuos (un mes de paro forzoso) no parece la mejor manera de reforzar las condiciones de un cuerpo de élite clave en la dura batalla que España mantiene año tras año contra los incendios.

En cualquier caso, no son los únicos afectados por unas condiciones laborales poco satisfactorias. Las BRIF, desde sus 10 bases repartidas por todo el territorio nacional, acuden a la llamada de los distintos dispositivos autonómicos, pues son las Comunidades las que cuentan con las competencias en materia antiincendios. En ese contacto cotidiano con las brigadas autonómicas, las BRIF contemplan un panorama variado y a veces desolador: «Cada Comunidad es un mundo», explica el presidente de AT-BRIF, «pero hay dispositivos que están muy muy precarizados, como el de Castilla y León«.

La precariedad, en todo caso, no sólo carcome a los dispositivos que se enfrentan al fuego cara a cara; también afecta a quienes tienen como tarea prevenir los incendios y vigilar las decenas de miles de hectáreas de monte que hay en España: los agentes forestales y medioambientales. Rubén Cabrero, presidente de la Asociación Española de Agentes Forestales y Medioambientales (AEAFMA) enumera las carencias que afectan a su profesión:

«Los medios con los que contamos son pobres: viajamos en vehículos que tienen 300.000 y 400.000 kilómetros; muchos de ellos no tienen instalados los rotativos azules, por lo que no podemos señalizar que vamos en un servicio de urgencia; algunos compañeros han recibido equipos caducados que no les han sido repuestos…» El asesinato de dos agentes forestales en Lleida por un cazador también ha obligado a este cuerpo a denunciar que, después de 120 años como agrupación armada, ya llevan dos décadas sin recibir formación ni medios de defensa.

PROTEGER(SE) DE UN MONTE ABANDONADO

A la vista del voraz incendio de Portugal, las comparaciones eran inevitables. Lo cierto es que, en lo que se refiere a medios, España sale ganando a pesar de las carencias: «En Portugal», asegura Rubén Cabrero, «la respuesta se basa en voluntarios y Protección Civil; aquí en cambio tenemos un dispositivo profesional que nos permite dar una respuesta rápida a los incendios».

En otros aspectos, sin embargo, la comparación revela puntos en común entre un país y otro que justifican una cada vez más profunda preocupación. Empecemos por la vegetación. La mayor parte de la masa que ha ardido en el país luso estaba compuesta por pinos y eucaliptos, dos árboles que abundan también en varias zonas de España, como Galicia, especialmente castigada año tras año por los incendios forestales. Esas dos especies, explica el presidente de AEAFMA, «son altamente inflamables porque desprenden una resina que alimenta las llamas y hace que sean más intensas y más rápidas en propagarse».

Sigamos por la climatología. Los veranos son cada vez más cálidos en la Península Ibérica y vienen precedidos de primaveras cada vez más secas. El territorio, pues, acumula un déficit hídrico que se suma en un cóctel fatal a fenómenos cada vez más habituales de climatología extrema. «Hay cada vez más energía en la atmósfera», señala David Caballero, experto en incendios forestales y responsable de Meteogrid, «y se desatan fenómenos más violentos».

En tercer lugar, el estado del monte, abandonado en algunos casos a su suerte durante décadas. Pablo González, bombero forestal y presidente de la Asociación de Trabajadores de las Brigadas de Refuerzo contra Incendios Forestales (BRIF) resume la situación española en pocas palabras: «La población ha ido saliendo de las zonas cercanas al monte desde los años 70. Lo que antes se aprovechaba y se trabajaba, como la madera o los matorrales, ahora está abandonado y creciendo a su suerte. Además, tampoco hay cultivos alrededor de los pueblos, que protegían mucho contra los incendios».

El monte español es pues, como el portugués, un enorme barril de combustible hecho de vegetación trabada que es muy difícil de controlar. Eso lo convierte en especialmente vulnerable a las igniciones, que en el caso de nuestro país son en un 80 o 90% de origen humano: despistes, negligencias o actos criminales. La concienciación y la ley son dos herramientas clave para hacer descender este índice que se mantiene estable año tras año. Pero no es suficiente: se requiere «una transformación integral del paisaje forestal».

«Hay que aplicar políticas de gestión forestal integral, que incorporan elementos de agricultura, de ganadería, de medio ambiente, y de explotación. Estas políticas tienen como objetivos no sólo ser rentables económicamente sino configurar un paisaje autoprotegido, sobre todo si vive gente». Lo explica David Caballero, quien también reconoce que la voluntad de hacerlo es escasa o nula. En eso coincide Rubén Cabrero, de AEAFMA: «Para eso se necesitan años y mucha voluntad. Hasta que eso no exista, lo que hay que tener son los montes bien gestionados, una buena red de cortafuegos y caminos, tratar de eliminar la estratificación del monte y mantener limpia la parte inferior del suelo».

UN NUEVO PARADIGMA: FUEGOS MÁS LETALES

Los árboles no votan, como sostienen desde España en Llamas, pero ignorar el papel fundamental de la prevención es entregar la masa forestal española a la desgracia continua del fuego. Con estas condiciones, incendios como el de Portugal serán cada vez menos una rareza. «De hecho», matiza Pablo González, «aquí ya ha ocurrido: en 2012, en Cortes de Pallas y Andilla: 55.000 hectáreas, que son 20.000 más de lo que ha ardido en Pedrógâo Grande. Entonces, por suerte, no hubo muertos». Pero la suerte no durará siempre y, dada la mezcla de monte abandonado y condiciones climatológicas adversas, cabe pensar que los incendios tendrán cada vez peores consecuencias.

Un ejemplo claro: un incendio desencadenado este sábado en Moguer ha puesto en peligro el espacio del Parque Natural de Doñana y ha dejado atrapadas a decenas de personas en Matalascañas.

«Estamos en un nuevo paradigma, ante un nuevo tipo de fuegos. Parten de una mezcla explosiva que se da en muchas partes de España y que no hace más que dibujar muchos escenarios preparados para el desastre», asegura David Caballero. ¿La primera consecuencia de este nuevo paradigma? Que morirá más gente. «Tanto las negligencias como la mala intención ya no sólo cuestan hectáreas, sino que cuestan vidas. Un descuido cada vez cuesta más caro. ‘No, es que estaba quemando ahí unos restos…’ Chico, te acabas de cargar a 50 personas», sentencia este especialista en incendios forestales, simulando una situación muy frecuente en el monte español.

Mapa de riesgo de incendios forestales para el 25 de junio de 2017, según AEMET.

Aplicar todas las políticas de prevención es la única manera de reducir el riesgo, pero hay aún otro elemento de riesgo que no suele aparecer en la conversación sobre el fuego: las urbanizaciones. Rubén Cabrero, Pablo González y David Caballero coinciden en señalarlas como el principal foco de peligro actual. «Nos gusta mucho vivir en zonas rodeadas de verde, pero nos gusta muy poco gestionar y gastar dinero, para que el monte esté cuidado y para que esas urbanizaciones y las infraestructuras que las rodean tengan planes de autoprotección». Este esfuerzo de todos, «de los propietarios forestales, de los propietarios de las viviendas y de las administraciones locales», no se hace. Y eso se traduce, como afirma David Caballero, en que la mayor parte de estas urbanizaciones «están en lugares que no sólo no son seguros, sino que tampoco son defendibles en el caso de que haya un incendio».

Falta prevención, falta un mapa de habitabilidad del monte y falta, apunta el responsable de Meteogrid, sobre todo la capacidad estratégica de «escuchar a los incendios»: «Nos están indicando el camino que tenemos que seguir para aprender a convivir en un paisaje como el que tenemos. Si no hacemos caso a los incendios y seguimos sin gestionar el monte, los incendios nos van a golpear duro, año tras año. Se van a cobrar su precio, que es muy alto. ¿Que no haces caso? Te golpeo. ¿Que sigues sin hacer política forestal? Pues te golpeo más fuerte».

La visión estratégica consiste en poner los medios para controlar la situación y lo que se da en España es lo contrario: «Un panorama como el que tenemos», explica Caballero, «fomenta la aparición de fuegos fuera de la capacidad de extinción«. Son fuegos tan enormes que los medios de extinción no sólo no controlan la situación, sino que no tienen ni siquiera posibilidad de acercarse: «Las cargas que lanzan los aviones son como escupitajos, no sirven de nada». Ante un fuego así, no importa el número de medios de extinción de que se disponga y tampoco importa su profesionalidad: «Estarán en una cancha en la que no pueden jugar. Sólo podrán llegar y ver cómo muere gente».

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